viernes, diciembre 21, 2007

¡CEPILLO!

No lo voy a negar, pero en mis años de juventud no hice más que seguir, entre otros, a los Guaraguaos, a Silvio Rodríguez y a los compueblanos Sonia y Víctor.

En aquella época, los temas de discusión en las esquinas se alternaban entre Baseball y la necesidad de una revolución que salvara al país de los ineptos y sanguinarios que la dirigían.

Leíamos, entre líneas, los periódicos nacionales y esperábamos con ansias la llegada del Vespertino la Noticia.

Hablábamos de de las mil y una forma de “tumbar a Balaguer”, de cómo resolver los problemas de la nación, de los malditos chivatos, de traidores y hasta de imperialismo.
Nos educábamos los unos a los otros.

Las noches más excitantes ocurrían cuando el tema de discusión se centraba en los abusos del Jefe de la Policía, Enrique Pérez y Pérez, de Ney Rafael Nivar Seijas o del propio Balaguer.

Estos temas se tornaban aun mas interesantes y “peligrosos” cuando al grupo se acercaba uno de los reconocidos “comunistas” del barrio.

Me acuerdo que asignábamos a uno de los muchachos para que tratara de identificar los vehículos que se aproximaban o algún peatón desconocido.

“Cepillo” era la clave que indicaba que teníamos que cambiar el tema de política baseball.

La mayoría de las veces el “Cepillo” reducía la velocidad al tomar la esquina, pero continuaba su marcha hacia Pastor, lo que nos permitía terminar con nuestro tema.
Sin embargo, cuando los agentes de SIN decidían parar y hacer algunas preguntas todos cambiábamos de color.

“¿Utede no saben que etá prohibido juntarse en grupo depue de la 10?” Nos preguntaba el raso, mientras miraba hacia el volkswagen como buscando apoyo del que comandaba la unidad.

El encuentro terminaba con la orden de romper el grupo y con las usuales amenazas.
Lo mejor sucedía al día siguiente cuando volvíamos a reunirnos debajo del mismo poste de alumbrado.

Allí tratábamos como héroes a los que se atrevieron a responderle, en forma desafiante, a los miembros del aparato militar del régimen y nos reíamos hasta mas no poder cuando uno de los muchachos, haciendo uso de vocablos desconocidos por los policías, se mofaba o los insultaba con altura.

¡Ah, que buenos tiempos aquellos!

Felipe Lora
21 de diciembre del 2007

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